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C
ULTURA
N
ace en 1672 Juana
Tomás Montijo de
Herrera, Lorca, Cal-
vo, Torrente, del Poyo, de los
Reyes y Montoya en el seno
de una familia de sobrada hi-
dalguía afincada en el barrio
de San Nicolás, en la intrin-
cada calle de Brujera, próxi-
ma a las parroquias de San
Antolín y San Andrés, barrios
dedicados a la industria de
la seda, de trascendente
importancia para la empo-
brecida economía local, terri-
blemente afectada por suce-
sivas y continuas tragedias,
tres epidemias consecutivas,
una adversa meteorología,
con las inundaciones de San
Calixto (1651) y apenas dos
años después la de San Se-
vero, acaso más destructiva
que la anterior, y plagas de
langosta que azotaron nues-
tros campos. Aun así, a fina-
les del siglo XVII en Murcia
se inicia una actividad cons-
tructiva, producto de la ne-
cesidad tras la devastación,
que dará como resultado su
fisonomía barroca.
Situemos el ambiente en
las estrechas, polvorientas,
malolientes y oscuras ca-
llejas de la ciudad, bastan-
te distintas a las de hoy, de
arquitectura sencilla y es-
caso alzado, cuando más
dos plantas y cámaras, con
fachadas muy cerradas al
insalubre exterior, guardan-
do celosas la vida de sus
habitantes que, en el mejor
de los casos, disponen de un
soleado patio casi claustral
donde disfrutar del perfume
de jazmines y alhelíes.
La vida de Juana, niña de
salud quebradiza, gira entor-
no a los juegos que, según
las crónicas, tenían como
objeto preferente la figura
de un Niño Jesús de Pasión,
imagen de culto doméstico
en la casa paterna; como
obligaciones, lecciones de
latín y catecismo y aprender
el arte del fino bordado de
seda, signos del privilegio de
su clase.
La pequeña Juana solo
abandona la casona para ir
a los oficios religiosos de la
cercana parroquia de San
Nicolás, entonces una ruina,
o quizás ya se aproximara al
convento del Corpus Christi
de las madres agustinas, sin
duda mucho menos majes-
tuoso que el que ahora con-
templamos, tras la reforma
iniciada cuando la entonces
sor Juana ya se encontraba
en su clausura. En el interior
de aquellos oscuros templos
las imágenes sobrecogen el
corazón piadoso de las gen-
tes, las riadas han hecho ver-
daderos estragos en el que
ya era sencillo patrimonio.
Es más que probable que
fuera en el convento de las
Agustinas donde por primera
vez viera la dramática figura
de Nuestro Padre Jesús aún
antes de recibir su llamada,
donde la vieja escultura ita-
liana ya era mimada por las
monjas, encargadas de ade-
cuarla para procesionar el
Viernes Santo.
También es más que pro-
bable que fuera entonces,
una niña impresionada en la
contemplación del macilento
y hermoso rostro, cuando se
sintió arrebatada por un fer-
vor hacia esa imagen que no
la abandonaría, el mismo que
la lleva a ingresar en la orden
de Agustinas Descalzas, don-
de profesó al cumplir los quin-
ce. Ese fervor da su fruto en
las postrimerías de la vida de
sor Juana, con la redacción
del relato de sus vivencias
místicas, que su confesor y
póstumo editor, el jesuita pa-
dre Ceballos, recogería bajo
el título “La Pasión de Cristo”.
Al cumplirse trescientos
años de su muerte, el estu-
dio y reedición de sus textos
nos llevan a conocer a sor
Juana de la Encarnación y
recuperar una figura relevan-
te de nuestra historia local.
ARS CASINO
Por Mª Loreto López Martínez
Restauradora
La Murcia de
Sor Juana de
La Encarnación
Para entender la literatura mística es
absolutamente imprescindible trasladarse
mentalmente al momento y al ambiente
que rodea al escritor; es así como hemos
de situarnos frente a la figura de la mística
murciana sor Juana de la Encarnación,
intentando al menos imaginar aquella
pequeña ciudad que fue la Murcia entre los
siglos XVII y XVIII.