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C
ULTURA
S
or Juana de la Encarnación muere en 1715, y es,
como Santa Teresa, monja “descalza”. En 1684, es
educada en el Convento del Corpus Christi, Agus-
tinas Descalzas, en Murcia. En 1688, profesa. En 1711 es
abadesa. Y en 1714, tiene la visión de la Pasión de Cristo.
Por mandato de su director espiritual y editor, Luis Ignacio
Ceballos, SJ, (muy posiblemente profesor de primeras letras
de Salzillo) y de su confesor, Sancho Granados, la escribe.
Sor Juana aprendió latín de niña. Escribe muy bien, sin va-
cilaciones, con enumeraciones eruditas y sabias, muy diver-
sas y acertadas, con el sentido místico de la mejor Literatura.
La Pasión de Cristo es explicación más que narración. La
monja, apenas indicado cada momento pasional, lo expli-
ca, desde el dolor de presenciar las vesanías infringidas al
Amado. Las visiones existieron desde Pascua de 1714 hasta
noviembre de 1715. Nuestro poema alude al hecho que su-
cediera cuando el Nazareno, Imagen Titular de Jesús, era
enviado al Convento para su cuidado: la mirada trágica del
taciturno Cristo se cruzó con la de Sor Juana, quedando he-
rida del Amor Divino. Todos los Viernes Santos, arrodillada,
subía la angosta escalera hasta la torrecilla conventual, para
ver al Cristo de sus fervores místicos. Sor Juana es la Con-
trarreforma literaria en Murcia; Salzillo, la icónica. Su obra
debe figurar en el Canon de la Literatura Mística española.
Para Ignacio Monasterio es Revelación Intelectual Infusa.
Patrimonio Literario y Espiritual:
La Santa Teresa murciana
ENCLAVES LITERARIOS DE MURCIA
Por Santiago Delgado
L
entamente ya sube hacia el terrado,
amaneciendo apenas;
escalón a escalón y de rodillas,
pensando en el Amado.
Fue después de maitines, clareaba.
Es Viernes Santo en Murcia;
en los huertos gorjean caverneras
y se va deshaciendo
el rocío en las rosas y azahares,
bardizas deslizando hasta la grama.
Sangran las magras carnes de Sor Juana,
arremangada el halda
del fosco hábito para no empecer
el arduo ascenso a su calvario propio.
Gólgota… es la angosta gradería
del convento que lleva a las alturas
murcianas, desde donde atisbará
de nuevo al Nazareno.
Tres días han pasado, y su mirada,
espina que no mana sino amor,
aún se yergue altiva en su pecho,
exigiendo flamígera respuesta
en forma de infinito amor sin tregua,
entregado e incesante,
que nunca pare mientes, en ajenas
cosas, ni otros cuidados de ventura.
Atentamente, observa el muy solemne
Cortejo de Jesús el Nazareno.
Instantes que son horas
transcurren lentos hasta que surge
allá abajo, la Insignia tan solemne
del Titular señero
en la clara mañana
abrileña, que diáfana ilumina
el fresco amanecer y su alma ardida.
Muda plegaria quema entre sus labios.
Sucede entonces: vuelve a recordar.
Su mirada, Sus ojos de pasión
anegando los suyos
en el océano infinito y calmo
de la Piedad, en medio de la noche
tan oscura del alma, del silencio
que la sacra oración interior
impone al alma recta, que sólo ama;
que uniones con el Alto sólo ansía.
Revive aquella profunda mirada
y se desploma entonces, con dulce
desmayo, de enherbolada saeta
provocado, desde arriba lanzada
por aquel gran Flechero
Divino de las Altos Cielos Claros,
que escoge a sus criaturas más dilectas
entre las almas puras
de su infinito, humano
rebaño que del barro hiciera un día.
Sólo a la hora de Tercias la recogen
sus hermanas, durmiendo aún en paz;
sombra de una sonrisa por su rostro,
cual talla de Bernini la hermosea.
Justo en esos momentos,
el Nazareno vuelve hasta su Ermita.
Da comienzo el Oficio de Tinieblas.
i. En la Murcia del XVII y XVIII se llamaba Insig-
nias a los pasos.
ii. Es expresión de Santa Teresa de Jesús, para ilustrar
su asaeteamiento por el Señor, su Amado.
Nuestro poema alude al
hecho que sucediera cuando
el Nazareno, Imagen Titular
de Jesús, era enviado al
Convento para su cuidado:
la mirada trágica del
taciturno Cristo se cruzó con
la de Sor Juana, quedando
herida del Amor Divino.
Fotografía: Ana Bernal.