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C
ultura
Fotografía: Carmen Celdrán.
E
n la Antigüedad los ríos constituían fronteras infran-
queables para las personas salvo en los puntos en
que resultaban vadeables, aunque las primeras tec-
nologías permitieron construir barcas para cruzarlos y trans-
portar mercancías por ellas. Construir puentes que resistie-
ran la fuerza del agua y permitieran cruzar los ríos suponía
desafiar a la naturaleza. Probablemente en las civilizaciones
primitivas los ingenieros capaces de realizar tales obras fue-
ran considerados sobrenaturales; de hecho, nuestra pala-
bra pontifice (del latín pontifex) significa, etimológicamente,
“constructor de puentes”. De algún modo, el sacerdote es un
intermediario que construye un camino entre el hombre y
la divinidad. Cuenta Julio César en la Guerra de las Galias
cómo construyó un puente de madera sobre el Rhin en tan
sólo diez días, aterrorizando a los germanos, que debieron
pensar que se trataba de un mago. Del mismo modo, el em-
perador Trajano construyó, 150 años después, el que sería,
durante mucho tiempo, el puente más largo del mundo: el
puente sobre el Danubio. Cruzar un puente, como pasar bajo
una escalera o cruzarse con un gato negro, es un acto car-
gado de magia desde hace miles de años.
El Valle del Segura era un
enorme humedal pantanoso
frecuentemente inundado por
las crecidas del río. Aunque no
todos los autores coinciden, es
posible que en la zona abun-
dara el mirto, de donde ven-
dría la denominación del para-
je como myrtia. En cualquier caso, lo que hoy conocemos
como Huerta del Segura debía de ser en tiempos primitivos
un paraje inhabitable por las frecuentes crecidas, aunque la
humedad y el clima lo señalaban como enormemente fértil,
una especie de Nilo en pequeño. Alguien -quizás los musul-
manes, quizás pobladores anteriores- comenzó a encauzar
el río, construyendo la Contraparada y derivando sus aguas
por acequias, desecando progresivamente el terreno hasta
hacerlo habitable.
La ciudad de Murcia fue fundada oficialmente en el año
825 (aunque es probable que ya existiera alguna forma de
población anterior), en la margen izquierda del Segura, de-
sarrollándose hacia el interior de la Huerta, en el espacio
conformado entre el río y la plaza de Santo Domingo. El río
en aquél momento resultaba infranqueable desde Murcia,
debiendo ascender su curso hasta el puente de Alcantarilla
para comunicar con Cartagena o bien cruzarlo a través de
barcas. La margen derecha, donde confluía el Sangonera
con el Segura, era inaccesible para el desarrollo urbano,
aunque pronto se desarrollaron puentes de barcas y estruc-
turas de madera que permitieran cruzarlo, naciendo así el
Barrio de San Benito (luego llamado de El Carmen).
El problema de los ríos mediterráneos es su fiereza en
caso de avenida, que suponía la imposibilidad de mantener
las estructuras de madera. Ya el rey Alfonso X el Sabio or-
denó, en 1277, que se construyera sobre el río un puente
“de cal et de canto”, aunque al cabo de cien años resultó
destruido, siendo sustituido por otro que sufrió, a lo largo de
los siglos, remodelaciones y cambios hasta que, el 26 de
septiembre de 1701 quedó destruido, sustituyéndolo, provi-
sionalmente, con puentes de madera y de barcas.
La guerra de sucesión paralizó el proyecto de construcción
del nuevo puente, cuya ejecución se inició en 1718, siendo
dirigida, entre otros, por el arquitecto Jaime Bort, autor del
imafronte de la Catedral. Las obras se prolongaron hasta el
12 (o 15) de septiembre de 1742, fecha en que se abrió al
tráfico y se colocó bajo la ad-
vocación de la Virgen de los
Peligros. También se colocó
sobre el puente dos ángeles
custodios (quizás San Miguel
y San Rafael) retirados más
tarde (y tristemente desapare-
cidos) por la acción del tiempo.
Ahora el Puente Viejo ha vuelto a la primera plana por el
descubrimiento de la inscripción que conmemora la culmi-
nación del primero de sus arcos (en 1740) y por el despren-
dimiento de un sillar debido, al parecer, a la acción de los
agentes atmosféricos. También es noticia la disputa por su
clasificación como Bien de Interés Cultural y la polémica por
los maceteros. Pero el Puente de los Peligros permanece,
tres siglos después, convertido en un símbolo que une am-
bas márgenes de la Ciudad.
El miedo al río Segura, portador de vida y de muerte en
nuestra Huerta, está inscrito en los genes de los murcianos
y el pavor ancestral al cruzarlo, a través del camino artificial
del Puente, lleva a los murcianos a santiguarse, en señal
de protección y como muestra de respeto a la Virgen de los
Peligros, cada vez que lo cruzan.
El Puente Viejo ha vuelto a la primera
plana por el descubrimiento de
la inscripción que conmemora la
culminación del primero de sus arcos (en
1740) y por el desprendimiento de un sillar
El Puente Viejo
Viejo Puente del Segura,
a quien no abaten ni cansan
el peso de tus dos siglos
ni el furor de cien riadas.
Tú ofreces trono a la Virgen
que de los Peligros salva
y alegre paso de triunfo
a la Patrona dorada.
(Frutos Baeza)