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Especial
Felipe VI
E
l “Retrato de juventud” de Su
Majestad el Rey Don Felipe,
del que es autor mi queri-
do amigo y Socio de Honor
del Real Casino de Murcia,
es una excelente secuela de una aventu-
ra que vivimos juntos hace ya trece años.
Con ocasión de una visita a la Región del
entonces Príncipe de Asturias, en la que
me tocó acompañarlo en varias reuniones
y desplazamientos a distintas localidades,
Don Felipe autorizó que le fuera pintado un
retrato oficial para el Palacio de San Este-
ban. Con ese motivo, nos desplazamos al
Palacio de la Zarzuela el pintor y yo mismo,
acompañados del recordado Tito
Bernal, que sería el encargado
de realizar el indispensable re-
portaje fotográfico para ayudar al
pintor en su labor, toda vez que la apretada
agenda del Príncipe no le permitía some-
terse a las varias sesiones de posado que
eran necesarias para pintar el retrato. No
obstante, nos dedicó dos mañanas comple-
tas, una para esbozar el retrato, y otra para
ultimarlo. Las sesiones se desarrollaron en
un ambiente inusitadamente distendido y
cordial, muy alejado del protocolo habitual
que rodea a la Familia Real, con un Prínci-
pe relajado y muy divertido.
El retrato oficial, espléndido, cuelga hoy
de las paredes del palacio de San Esteban.
Aprovechando su rica experiencia y su
conocimiento personal del Príncipe de As-
turias, José María Falgas pintó en los años
siguientes varias interpretaciones de aque-
llas sesiones memorables, así como una
serie de estudios en acuarela sobre distin-
tos detalles de Don Felipe, como las manos
o los perfiles. Entre aquellas interpretacio-
nes se encontraba el “Retrato de juventud”
que el pintor donó al Real Casino de Murcia
con ocasión de su nombramiento como So-
cio de Honor, y que fue presentado el mis-
mo día de la Proclamación de Don Felipe
como Rey de España.
En recuerdo de aquella experiencia, que
otorga al retrato el valor de lo auténtico, es-
cribí hace años un artículo que hoy, con al-
gunas correcciones y actualizaciones, me
permito reproducir a continuación. Es, o así
lo pretendí, un retrato escrito de Don Feli-
pe, de un Príncipe trece años más joven y
que, sin embargo, conserva toda su vigen-
cia en la persona del hoy Rey de España,
Don Felipe VI.
Como se decía antiguamente, larga vida
al Rey.
Érase una vez un Príncipe a quien no
costaba esfuerzo alguno llamarle Alteza.
Porque hay príncipes y príncipes. A
Don Felipe lo tratas de Alteza con la mis-
ma comodidad que si le hablaras de tú. Las
mayúsculas le corresponden por derecho,
pero en el regate corto suenan como si fue-
ran minúsculas. Es Don Felipe un príncipe
auténtico, de los de verdad, no de opereta
como otros que hay en la vieja Europa. Su
enorme estatura sólo es comparable a su
sencillez y naturalidad. Sólo desde muy
arriba se ven las cosas como él las ve.
Sólo desde una posición tan elevada como
la suya se puede descender a posiciones
más comunes, y él lo hace con la elegan-
cia y la soltura de un esquiador de eslalon.
Sólo un navegante como él, acostumbrado
a estar al nivel del mar, sabe ser realmente
alto, ser Príncipe con mayúsculas, sin dejar
de ser de carne y hueso.
En las ocasiones en que he disfrutado
de su compañía me han llamado podero-
samente la atención sus manos. Manos
grandes, fuertes y vigorosas, de dedos lar-
gos y finos, nervudas, con los tendones y
las venas muy marcadas. Manos morenas,
de marino, de deportista. Manos de dibujo
fino, pero capaces de agarrar con firmeza
la rueda del barco. Manos seguras y domi-
nantes, pero de movimientos suaves, se-
renos. Las manos de un Rey. Las manos
expresan el carácter de un hombre, las ma-
nos desnudas no engañan. Por eso, quien
quiere guardar reserva, las enguanta, las
oculta, porque las manos no mienten. Por
eso son tan difíciles de pintar, porque re-
tratan el alma.
Las manos del Príncipe son manos lla-
nas, sinceras, nobles, no llevan anillos, ni
manicuras artificiosas. No se ocultan en
los bolsillos, pero tampoco se exhiben con
descaro. En el retrato, una mano estrecha
suavemente a la otra, con dulzura, como
protegiendo a su hermana. Los dedos,
desmayadamente recogidos, revelan no
obstante su fuerza y su virilidad. Cuando
ofrece la mano para ser estre-
chada lo hace de manera gene-
rosa, adelantándose a ti. Cuando
la estrecha, lo hace con firmeza,
sin exhibir su fuerza, y durante el tiempo
justo. Ni mucho, para no agobiar, ni poco,
para no despreciar. En alguna ocasión en
la que ha querido aprovechar el momento
para hacer un comentario o gastar una bro-
ma, mantiene la mano cogida con compli-
cidad, con la confianza sincera del amigo,
sentimiento éste que expresa sin dificultad,
guiño cómplice que ha heredado de su pa-
dre, el Viejo Rey.
Hace años asistí a la recepción que, con
motivo de la concesión del Premio Cervan-
tes a Francisco Umbral, dieron los Reyes
en el Palacio Real. Tal vez porque yo era el
único representante de un Gobierno Auto-
“El retrato oficial, espléndido, cuelga hoy de
las paredes del palacio de San Esteban”
Por: Juan Antonio Megías. Fotografías: Tito Bernal.
Érase una vez un Príncipe
HISTORIA DE UN RETRATO