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O
PINIÓN
pre el signo del desarrollo. Hoy los clubes
de fútbol de provincias son una ruina y ya
no hay ingresos “atípicos” procedentes de
la pujanza de la construcción (por ejemplo,
el resort con club de golf que se maquetó
en los alrededores de Nueva Condomina
y que se frenó en seco). Se pensó en una
Murcia a lo grande es de agradecer con-
siderando lo que ha venido ocurriendo en
esta provincia de tradicional vuelo cortí-
simo. El desarrollo del norte de la ciudad
estaba acertadamente diseñado. Nunca se
pensó que sucedería lo que sucedió a par-
tir de 2007. “Si la bolita quiere entrar, cla-
ro, porque como no entre la bolita...” decía
Samper, hace quince años, refiriéndose a
que todo saneamiento de un club de fútbol
se queda en nada si la marcha deportiva
no acompaña. Sin embargo, lo que ha falla-
do no ha sido la marcha deportiva.
Como cada vez que el Real Murcia ha
llegado a una situación límite, los de la so-
ciedad civil de aquí no sabemos estar a la
altura de las circunstancias. Hay quien pide
otra vez un rescate público, o a través de
empresarios interpuestos que asuman 35
millones de euros de deuda a cambio de
no se sabe qué, lo cual, con la que está
cayendo, nos pondría en portada escanda-
losa en la prensa nacional. Es esa mane-
ra indescriptible con que aquí lo hacemos
casi todo.
T
uve una vez un amigo, y digo tuve no porque haya muerto,
sino porque el paso de los años y las circunstancias lo han
convertido en un extraño para mí, en un ser hierático y so-
berbio en el que no reconozco para nada a aquel muchacho afable
y accesible que fue.
Pero lo gracioso, lo paradójico del caso es que este amigo,
mientras lo fue, luchó y defendió una serie de ideas y creencias,
que más tarde pasó a abominar, a despreciar, a perseguir como si
constituyesen el principio de todos los males del universo.
En el frigo de mi memoria
se mantienen frescos como el
primer día los recuerdos que
me unían a él. Era un líder, fas-
cinante y encantador, que se
enfrentaba con coraje al desme-
dido encumbramiento con que
se rodeaban (y se siguen rodeando) ciertas personalidades que,
por haber conseguido con demasiado facilidad su “corona”, o bien
porque les costó ardua tarea el conseguirla, una vez que la tienen
marcan un semicírculo de varios metros alrededor de sus personas
y levantan murallas de distancia impidiendo cualquier conato de
acercamiento hasta ellos. A mí me gustaba pensar que era una...
llamémosla sutil forma de defenderse de moscones y aduladores,
pero mis sucesivas experiencias con estos divos han puesto en
mis manos otros argumentos más prosaicos . Sin generalizar, dicho
sea de paso, la realidad es que a medida que vas subiendo pues-
tos en la vida, a medida que en el organigrama de la existencia
van quedando más nombres detrás del nuestro y muchos menos
delante, a medida que la cumbre esta más cercana, la vanidad
infla más y más nuestro ego, y se activan una serie de resortes que
como la más perfecta máquina de limpieza, eliminan de nuestra
mente hasta el último de todos aquellos buenos propósitos que
nos habíamos hecho al inicio de la subida.Y entonces se obra una
metamorfosis de la que el mismísimo Ovidio se sorprendería.
Quizá lo que ocurra es que el aire cercano a la cumbre sea más
difícil de respirar y, tal vez, por aquellas alturas exista un virus de
“endiosamiento” al que no han podido resistirse las vías respirato-
rias de cuantos escaladores han conseguido coronar la cima.
Hace aproximadamente un mes volví a ver a “mi amigo” con
motivo de unas conferencias,
quise hacerme una foto con él
y cuando me ofreció su brazo,
yo tuve la sensación de agarrar-
me a algo estático y sin vida. Le
tenía del brazo y me sentía a
ki lómet ros
de él;
yo le miraba con incredulidad y sorpresa, y
p o r
unos segundos sentí que su brazo se
convertía en algo frío y viscoso como
un reptil, mientras él sonreía artificial y
estúpidamente.
Un amigo común que teníamos so-
lía decir que “las coronas machacan
las neuronas”. Yo creo que eso sólo
ocurre cuando no se tiene la suficiente
capacidad para proteger y hormigo-
nar los recuerdos de quiénes fui-
mos antes de que las máscaras del
prestigio y de la soberbia nos impidan
reconocernos en el espejo.
LAS CORONAS MACHACAN LAS NEURONAS
CICUTA CON ALMÍBAR
Ana María Tomás
“La vanidad infla más y más nuestro ego... y
elimina de nuestra mente hasta el último de
todos aquellos buenos propósitos que nos
habíamos hecho al inicio de la subida”