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C
ULTURA
DE MURCIA AL CIELO
Por Carmen Celdrán
D
esde siempre ha existido una rivalidad casi cómica entre
murcianos y cartageneros. Aparte de agravios históricos
multiseculares (generalmente ficticios), es posible que la ra-
zón del desencuentro esté en que se trata de ciudades muy distintas,
formadas por sociedades diferentes.
Murcia es una ciudad históricamente volcada en su huerta. La
riqueza económica –y también la miseria- han venido por parte
de los minifundistas que explotaban la fértil cuenca del Segura,
incluyendo la explotación de la seda, y ha sido por tanto la ciudad
un centro de artesanos y comerciantes.
Cartagena por su parte debe su gloria a su mar, pero su riqueza
no ha sido la pesca, sino el carácter estratégico militar de su puerto.
Los cartagineses la eligieron como plaza fuerte y desde entonces
fue un importante enclave en el Mediterráneo. Su economía ha gi-
rado en torno al ejército y sus servicios auxiliares, acompañado por
las minas y la industria pública.
Esta diversidad socioeconó-
mica ha hecho que ambas ciu-
dades corrieran distinta suerte
a lo largo de la Historia. Por lo
general, Murcia ha sufrido los vaivenes asociados a la meteoro-
logía. Las riadas y sequías han marcado las épocas de carestía y
pobreza. Por su parte, la ciudad departamental ha vivido a merced
del sector público, que marca los ciclos de expansión y crisis de
la ciudad.
A lo largo del siglo XX (Guerra Civil incluida), Cartagena vivió
un prolongado declive. Agotadas las minas, que dieron un último
respiro en el XIX, y cedido el carácter estratégico a otros puertos
más aptos para los grandes buques, la Ciudad languidecía en los
80 y 90 del siglo pasado.Y sin embargo, es posible que esa miseria
le haya salvado de la ruina.
El desarrollo económico de los años 60 y 70 fue un auténtico
desastre para la conservación del patrimonio cultural. Muchas ciu-
dades vieron cómo se destrozaban sus edificios históricos en pos
de una modernidad mal entendida, cateta y paleta. Murcia no fue
una excepción, sucumbió a la piqueta de constructores y promoto-
res con el respaldo de una sociedad que pretendía mirarse en las
grandes ciudades de Europa y América, olvidando que lo que de-
fine a una ciudad no son sus rascacielos, sino su particular visión
del paso del tiempo reflejada en el trazado urbano, en sus calles y
en sus monumentos.
Cartagena sin embargo carecía en aquellos años del empuje
económico necesario para tales barbaridades. Los edificios moder-
nistas y las casonas dieciochescas del centro de la ciudad dormi-
taban abandonadas y sucias, pero ajenas al interés especulador.
Tal era la pobreza de Cartagena que ni siquiera los promotores
veían atractivo su destrozo. Y bajo los edificios en ruinas, la ciudad
albergaba su tesoro. Escondidos en la tierra, preservados de ma-
nera excepcional, se encontraban los restos de la Carthago Nova
romana, la Qart Hadast púnica y la Cartagho Spartaria bizantina,
esperando, agazapados, tiempos mejores.
Y el milagro se produjo. Quizás fue el encuentro fortuito de los
restos del Teatro Romano, bajo
un barrio de casas humildes en
ruinas, en los años 90, lo que ani-
mó a las autoridades municipales
a poner la ciudad patas arriba,
excavar todo lo posible y recuperar el verdadero motor económico de
Cartagena: su patrimonio histórico. Afortunadamente, este proceso
se realizó cuando ya había pasado el furor que asoló Murcia y mu-
chas otras ciudades de España, de manera que la excavación se ha
conjugado con la conservación y restauración de multitud de edificios
históricos del centro de Cartagena.
Hoy la ciudad no se parece en nada al casco sucio, abandonado,
peligroso e insalubre de finales de los 90. Pasear por Cartagena
hoy es visitar una ciudad agradable al turista, poblada de terrazas
y jardines, llena de fachadas que guardan una cierta coherencia,
y que permiten descubrir, perfectamente musealizados, los impor-
tantes restos de la ciudad romana.
La crisis económica ha dejado muchas cosas por hacer, pero
hoy Cartagena ha descubierto que la riqueza y la economía de
una ciudad no provienen de la inversión extranjera o estatal sino
del propio esfuerzo de los ciudadanos por ofrecer lo mejor de su
tierra al turista.
El milagro de Cartagena
“Esta diversidad socioeconómica ha hecho
que ambas ciudades corrieran distinta suerte
a lo largo de la Historia”