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ULTURA
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S
iempre que contemplo alguna obra
del gran pintor José Antonio Molina
Sánchez (Murcia 1918-2009) me
cuestiono una vieja convicción. Mi vieja con-
vicción de que un gran cuadro, como toda
gran obra artística, vive una vida indepen-
diente de su autor una vez que sale de sus
manos. Y no sólo eso, sino que muchas ve-
ces un gran cuadro (o un libro excepcional)
ni siquiera es autoría del propio autor, sino
que éste se ve poseído, al utilizar sus ma-
nos, por una especie de espíritu daimónico,
por una fuerza ultraterrena, de la que el ar-
tista es irrefrenable transmisor, de la mano
al lienzo, o al papel. Muchos creadores no
saben explicar cómo lograron hacer algo
grandioso, y hablan de una especie de esta-
do de enajenación transitoria. Por eso toda
gran obra artística tiene algo inefable, “divi-
no”. Pero dudo de esto cuando veo algo de
Molina Sánchez, por ejemplo.
Me entra la sospecha de que, en su caso,
el cuadro es una prolongación sutil de la vida
del propio autor, una vida consciente que el
autor le insufló, sien-
do dueño absoluto
de las consecuen-
cias de su obra. En
otras palabras: que
el artista no estaba poseído temporalmente
por ningún “dáimon” creador, porque el gran
creador espiritual, el intermediario entre
dioses y hombres era él, “per se”, el artista
Molina Sánchez. Eso le hace muy singular.
Es un caso de hombre con propiedades
angélicas. Contemplar un cuadro de Molina
Sánchez, excepto raros casos muy dramá-
ticos influenciados por las vanguardias de
tono social de la época (véase los óleos “el
matador de patos” de 1958 y “El viejo pato”
de 1959, pertenecientes a la colección de la
Fundación del autor y que se corresponden
poco con su trayectoria), es advertir un mun-
do interior entresoñado o entrevisto distinto
al del mero realismo, con personajes caren-
tes de emociones negativas y en distintos
grados de enfoque, borrosos y cercanos
o precisos y lejanos. Personajes o sig-
nificativos borrones dotados de formas
cambiantes y un uso magistral del color.
Ese mundo “angelical” de Molina Sán-
chez no empieza cuando a sus figuras
pictóricas, en efecto, empiezan a salirles
alas (sus años de gran producción de
ángeles, normalmente figuras femeni-
nas vestidas pudorosamente como para
ir a una puesta de largo), sino que estuvo
siempre ahí, plenamente presente en casi
toda su obra. Porque, y es lo que creo, ya
estaba con él cuando empezó a pintar con el
magisterio de grandes artistas de la época.
Esa intensa reflexión espiritual Molina
Sánchez es posible que la tuviera (o pade-
ciera, ya que tener la capacidad de entrever
otro mundo de formas adimensionales es
un viaje que exige sufrir un dolor iniciático)
al desaparecer, casi al tiempo, su padre y
su madre, quedando huérfano a una corta
edad, pero no tan corta como para no adver-
tir qué estaba ocurriendo. Esa circunstancia,
unida a una posterior educación con sus
tíos donde abundó el refinamiento artístico,
pienso que son trascendentales no sólo en
su obra sino en la propia persona de Molina
Sánchez. Se espiritualizó, en verdad. Las
circunstancias terribles de la Guerra Civil y
posterior aislamiento de España sublimaron
esa espiritualización, aún más. La doble or-
fandad, la temprana de sus padres y la que
estaba sufriendo internacionalmente el país,
agudizaron una sen-
sibilidad para la per-
cepción de un mundo
de formas que tras-
cendiera la angustia
de todo eso. Ni sus ángeles son eróticamen-
te voluptuosos, al uso, ni sus pinturas de
viajes (los cuadros de África, por ejemplo)
tienen nada de turístico. Sus figuras suelen
tener la mirada serenísima de las estatuas,
a veces de cuencas sin pupila, incluso cuan-
do a esas figuras se las cubre por encima
con serpentinas abigarradas de color, como
en las épocas más recientes de Molina Sán-
chez, en las que tal vez el abundante cro-
matismo quiere dar un toque más humano,
terreno, a las figuras. Pero, sea humano o
trascienda esa categoría, en su mundo pic-
tórico prácticamente siempre se mantiene
la calma, no hay desesperación. Su quietud
no es costumbrista ni provinciana. Tiene un
“soplo” inmaterial extraordinario.
Aquel hombre angélico
“Muchos creadores no saben
explicar cómo lograron hacer
algo grandioso”
Por Fernando Aznar.
FICHA
Jose Antonio Molina Sánchez nace en
Murcia en 1918.
En 1934 hace su primera exposición
colectiva en el pabellón del Parque de
Ruiz Hidalgo. Su primera exposición in-
dividual es en la sala de la Asociación
de la Prensa en 1941.
Inicia su etapa madrileña en 1942. En
1952 contrae matrimonio con Amparo
Molina Niñirola
En 1957 recibe la tercera medalla de
pintura en La Nacional de Bellas Artes
y años después, 1960, 1961 y 1963,
es merecedor de la tercera, segunda y
primera medalla de dibujo, respectiva-
mente.
Es nombrado Académico de la Acade-
mia Alfonso X El Sabio (1988) y Acadé-
mico de Honor de la Academia de Bellas
Artes Sta. María de la Arrixaca (2000).
El Gobierno Murciano le otorga la en-
comienda de la Orden Isabel la Católica
en 2002 y la Medalla de Oro de la Re-
gión de Murcia en 2007.
Su última exposición, “Los Ángeles
de Molina Sánchez”, se prolonga desde
marzo hasta mayo de 2009 en el Almudí.
Muere en Murcia el 16 de Diciembre
del año 2009.