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a huerta de Murcia ha ido tejiendo, a lo largo de los
siglos, un entorno sociocultural propio. La fertilidad de
su tierra, regada con el agua del Segura sabiamente
administrada por el ingenioso sistema de acequias, ha con-
formado un sistema minifundista en la que el huertano tradi-
cional es propietario o arrendatario del huerto que cultiva y
construye su vivienda en su parcela. Esta vivienda era trans-
mitida de padres a hijos y ampliada cuando la familia aumen-
taba. Rara vez era vendida o abandonada.
Este urbanismo tradicional –caótico, diseminado- refleja
las desigualdades sociales de la huerta: la barraca, humil-
de choza de adobe y cañizo, contrasta con la señorial casa-
torre que domi-
na el paisaje,
pasando por la
modesta cons-
trucción familiar
fruto del esfuer-
zo de genera-
ciones.
Este paisa-
je etnográfico
conformado a
través de los si-
glos ha sufrido
múltiples varia-
ciones. Desde
que comenzó
la transforma-
ción del valle
del Segura, en
los tiempos re-
motos de roma-
nos y árabes, la
huerta ha vivido
épocas de bo-
nanza y riqueza
y otras, las más,
de carestía, se-
quía y hambre.
Muchas veces
el agua se ha llevado por delante el trabajo y la vida de los
huertanos, destrozando el esfuerzo de siglos. Pero siempre
la huerta ha sabido renacer, recreciendo las presas, mondan-
do las acequias y volviendo a sembrar lo arrasado.
La huerta es el paradigma de la dominación de la natu-
raleza por el hombre. Una dominación que no acaba con la
vida sino que la encauza y modifica para convivir con ella,
para servirse de ella. Pero ahora el peligro es diferente. La
huerta está amenazada por el propio hombre y el riesgo de
que todo desaparezca es inminente. Sencillamente, el modo
tradicional ha dejado de servir al hombre. Hoy la economía
no se basa en la agricultura, quedando el cultivo tradicional
marginado a una actividad lúdica, casi romántica, de algunos
huertanos nostálgicos. El cemento ha acabado con los ban-
cales y las acequias no son más que alcantarillas invisibles
para el hombre.
De la arquitectura tradicional apenas queda nada. Las
barracas fueron borradas por las riadas y la casa huertana,
fruto del trabajo humilde de generaciones, ha sido derribada
para construir modernos chalets pareados. Tan sólo se man-
tienen, medio en ruinas, un par de docenas de torres que
esperan, rendidas, a que una excavadora se acuerde de ellas
y borre, de un par de golpes, siglos de existencia, de sueños,
de dramas y de alegrías.
La casa torre es una construcción sólida, de planta rec-
tangular o cuadrada, con cubierta a cuatro aguas y linterna
central. Suelen elevarse a tres alturas. Su origen se remonta
probablemente a la villa romana y la alquería árabe, aunque
también se las
relaciona con
las masías ca-
talanas e inclu-
so con las vi-
llas palladianas
italianas, cuyo
modelo habría
sido introducido
por las familias
italianas asen-
tadas con moti-
vo del comercio
de la seda. Sus
nombres evo-
can las historias
de sus morado-
res (Torre Ca-
radoc, Torre de
Alcayna, Torre
Falcón, Torre de
Zoco, Torre de
los Alburquer-
ques…) incluso
en una desapa-
recida “torre de
las lavanderas”,
situada junto a
la acequia de
Churra, se sitúa la extraña historia de “la mano negra” que
aterrorizó a los lugareños en el siglo XVII.
Hace años que visito cada verano la Selva Negra, en Ale-
mania. Allí también se plantearon la desaparición del modo
de vida rural tradicional por el avance imparable del progre-
so. Muchas granjas estaban abocadas a la desaparición.
Allí decidieron recuperarlas. Localizaron las construcciones
más antiguas (generalmente de madera), las desmontaron
y crearon un “parque temático”; un espacio en que se sitúan
las construcciones tradicionales junto con elementos propios
de la vida cotidiana, cultivos y animales. Probablemente no
sería posible desmontar las torres y trasladarlas, pero debe-
mos admitir que esas construcciones y su entorno de huerta
tradicional son el legado de nuestro pasado y que su conser-
vación y musealización (puesta en valor lo llaman) puede ser
un importante recurso turístico que conviene explotar.
La huerta está amenazada por el propio hombre y el riesgo
de que desaparezca es inminente. Sencillamente, el modo
tradicional ha dejado de servir al hombre
LAS CASAS DE LA HUERTA