28
P
erfil
El impulso hacia el siglo XIX de
Juan Antonio Megías
A
l hoy presidente del Casino Juan Antonio Megías lo
conocí, nunca lo olvidaré, en la calle Montijo de Mur-
cia, en una época, mediados de los 90 del pasado mi-
lenio, dominada por los hombres con bigote (y con hombre-
ras gigantescas). Megías era otro de aquellos hombres con
bigote, el poblado y oscuro bigote de los años 90, que fueron
mera continuación de los 80 pero aún más sobretallados y
con el sabor a cenicero de los restos de la fiesta. Llevaba
Juan Antonio además unas antiparras de concha redondea-
das que en conjunto con el “moustache” parecían un “kit” de
artículos de broma y le daban un cierto aire a Moncho Bo-
rrajo, pero al de la época buena. Aquel primer día en nuestra
vida iba acompañado de su compañero en el equipo de los
que se llamaron “patanegra” del Presidente Valcárcel y que
sería a los pocos días vicepresidente de su primer Gobierno,
Antonio Gómez Fayrén. Antonio era otro de los hombres con
bigote de los 90 y lo sigue siendo.
Casi inmediatamente coincidimos en el terreno común de
la ironía “british”. Los dos caíamos bastante rendidos ante
un sentido del humor (y hasta un modo de vestir, pues los
dos solíamos llevar zapatos color violón, como esculpidos
en madera) de todo inapropiado para usarlo entre las gen-
tes de Murcia. Aún se acuerda Megías de una página que
le administré en el diario “La Verdad” donde lo comparaba
con la panza del burro “Platero”, porque la gente lo tenía por
político blando y creían que por dentro era “todo de algodón,
que no tiene huesos”. Naturalmente Megías no era un blando
sino un delicioso dialéctico. Aquello de que Megías era todo
de algodón fue una
concesión, demagó-
gica por mi parte, a
la brutalidad consus-
tancial del lugar, que
dada la falta de ma-
tices del paisanaje
(“manca finezza”, decía Giulio Andreotti) no sabe distinguir
entre blandura y finura. Megías era un político fino.
Tal vez demasiado fino para las circunstancias del tiempo
y el lugar. Como consejero de Cultura montó una especie de
premio “Cervantes” para dárselo a las grandes glorias litera-
rias del lugar, y vistió a una serie de gente institucional no
recuerdo si con “frac” o “chaqué” para conceder el galardón,
que sólo se le pudo dar a un casi moribundo José Luis Casti-
llo Puche dado que sólo hubo una edición del evento y jamás
se volvió a celebrar. Con lo cual toda aquella gente ataviada
de etiqueta agarrando con dificultad al gran maestro litera-
rio de Yecla quedó para las hemerotecas como si fuesen a
enterrar no sólo al gran escritor sino también, y es lo que no
sabíamos entonces, al propio premio. Fue el último y tal vez
también primer intento de institucionalizar un galardón lite-
rario en Murcia que pudiese dar prestigio fuera de nuestras
fronteras regionales. Aquello a cierta murcianía le pareció
megalómano, estúpidamente. No sé si fue desde entonces
que la suerte política de Juan Antonio Megías quedó sella-
da. Lo cesaron de día, pero como si hubiese sucedido con
nocturnidad. A Juan Antonio le quedó una amargura cierta
que afortunadamente le duró poco tiempo, antes de que le
agriara el carácter
siempre afable. Las
amarguras en pro-
vincias se suelen
quedar muy dentro y
hasta el final, y no te
las saca de encima
ni la extremaunción. No fue el caso de Megías.
Pronto sonó para una responsabilidad ciudadana que en
realidad ya llevaba vistiendo desde que nació, la de presi-
dente del Real Casino de Murcia. Me di cuenta entonces que
Megías ya había sido toda su vida, “in pectore”, el presidente
del Casino. Nunca un nombramiento, y hasta un edificio his-
tórico, había sido tan a propósito para un hombre. Fue cuan-
do yo modestamente lancé una frase que hizo cierta fortuna
y que, finalmente, resultó profética: “Megías dará al casino
un gran impulso hacia el siglo XIX”. Ha sido con toda exacti-
tud así. Nunca el Real Casino ha lucido tan deliciosamente
siglo XIX, del siglo XIX auténtico, con aquel optimismo histó-
rico y un poco ingenuo que durante demasiados años había
desaparecido de un edificio que, antes de su restauración,
iba progresivamente volviéndose lóbrego.
A Megías le falta fundar en el Real Casino un exclusivo
Club de Caballeros importado directamente del Pall Mall lon-
dinense, para que todo fuese perfecto.
Nunca el Real Casino ha lucido tan deliciosamente
siglo XIX, del siglo XIX auténtico, con aquel optimismo
histórico y un poco ingenuo que durante demasiados
años había desaparecido de un edificio que, antes de su
restauración, iba progresivamente volviéndose lóbrego
Por José Antonio Martínez-Abarca / Fotografía: Ana Bernal.