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a
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B
“L
a hija de unos amigos de mis padres montaba a caballo
y nuestro primer contacto fue de cierta reticencia mutua
. Ella montaba a caballo un poco por obligación y era
bastante subversiva pero a mi me apasionó la actividad. Sus padres
no querían que montase sola y me invitaron a ser su compañera de
tardes ecuestres. En poco tiempo el adiestrador dijo a mi padre que
yo mostraba aptitudes y que sería conveniente que recibiera clases
con mayor frecuencia.
En monta española hay dos formas de cabalgar, a dos manos
y a una, llevando la otra apoyada en la cadera. Curiosamente yo
empecé desde el primer momento a manejarlo a una mano, que
obviamente es más difícil. Llevaba tiempo con la doma, algo que es
muy bonito, es artístico, es casi un baile. La monta española es una
disciplina muy distinta de la monta inglesa que se centra más en los
saltos y la competición deportiva y en concreto la doma se me daba
bastante bien, no me costaba conseguir que el caballo se dejase
guiar por mí y todo tipo de pasos y figuras fueron ampliando el catá-
logo de lo que más que enseñarle a hacer al caballo logré que hicié-
semos entre los dos. Gracias a mi
constancia pude llegar a manejar
bien los movimientos y también
gracias a ello se intensificó mi re-
lación con mi compañero equino.
Un día me llevé la sorpresa de
que el dueño me regaló el caballo.
Para disgusto de mi padre, que se
vio con el “regalo” de tener que
mantener al semoviente.
Tenía al caballo por un animal
tonto y obediente, sumiso... y
descubrí que era inteligente y sen-
sible, tenía su personalidad y con
el tiempo descubrí que éramos
seres afines. Incluso en esa etapa
tan alocada que habitualmente es la adolescencia dejé de salir de
marcha, pasaba horas con el caballo paseando y hablando con él...
cómo le comía la cabeza a Chocolate.
Chocolate era un caballo castrado, hijo de Chocolatero, que ha-
bía sido célebre en rejoneo. Saque adelante a Chocolate porque
descubrí que los caballos son muy delicados, debes prestarles mu-
cha atención, necesitan un lugar siempre limpio y además el mío
tenía problemas para alimentarse y había que darle el forraje esco-
gido y a mano, casi como quien da un potito a un niño con paciencia
y dedicación. Con amor.Y fui capaz de sentir y dejar fluir ese amor.
Chocolate era marrón con cola y crin negras muy largas. En la
doma española todo cuenta como parte de la estética y dado que
tienen que llevar las crines sueltas hay que estar permanentemen-
te limpiándolas, cosa que en la doma inglesa te ahorras porque
suelen llevarlas recogidas. Hasta tal punto se trata de una cuestión
estética que casi puede decirse que incluso tienes un metrónomo:
el mosquero.
El mosquero son unos flecos colocados sobre la frente del caba-
llo que precisamente reciben su nombre de su función de espantar
las moscas de los ojos del equino, pero al oscilar la regularidad de
su movimiento puede darte la medida de si estás haciéndolo bien,
con fluidez, suavidad, equilibrio, elegancia… con ritmo.
Un año bajamos con los caballos a Murcia para celebrar el día de
Andalucía, fue la primera vez que nos adentrábamos con ellos en
la ciudad. Como siempre salíamos por el monte hubo que cambiar-
les las herraduras por unas específicas para asfalto. Fue curioso
pararnos en los semáforos y que a mis 20 espléndidos años, con la
mano apoyada en la cadera, se detuviera junto a mi un chaval con
una moto y saliera con el típico “¿me la cambias?” mientras con una
sonrisa señalaba mi montura. No se la cambié.
Estuve en cierta ocasión en San Lúcar de Barrameda pero no
se podía galopar por la playa, me entró el gusanillo, tengo que
recuperar esto. No hay experien-
cia más bonita que galopar en la
playa. Además a los caballos les
encanta el agua, se meten hasta
el pecho y cabalgas y te bañas a
la vez. Hay que probarlo una vez
en la vida.
Mi vínculo con Chocolate fue
muy especial, nunca pensé que
podía llegar a eso, era terapéu-
tico para mí, en un momento de
zozobra sobre mi futuro constituyó
un gran apoyo y cuando murió, un
mes de agosto, me vi incapaz de
sustituirle a pesar de que mi padre
me animaba a buscar otro caballo.
Su hueco jamás pude ocuparlo.
Las personas que habían montado antes a Chocolate lo utiliza-
ban para paseo, pero con la doma se estrechó nuestra relación.
Como él no lo había vivido con nadie anteriormente fue un des-
cubrimiento mutuo, un crecimiento mutuo, una intimidad que en el
fondo fue como una relación de pareja, de modo que cuando murió
en cierto modo me quedé viuda.
Montaba en ocasiones a otros caballos y no existía esa química.
Nunca volví a sentir lo que sentía cabalgando a Chocolate y con el
tiempo, como en la vida, no encontré a otra “pareja” y abandoné la
hípica como quien decide que no vuelve a casarse tras una pérdida
dolorosa.
Soy Mamen Navarrete y aunque muchos no lo sa-
ben, soy una amazona.”
LA CARA B
Por Antonio Rentero
La mujer que le comía
la cabeza a Chocolate
“Chocolate era marrón con cola y crin
negras muy largas”
YO ERA LA AMIGA DE LA NIÑA RICA QUE TENÍA SU PROPIO CABALLO, Y UN DÍA SUCEDIÓ ALGO QUE CREES
QUE SÓLO PASA EN LOS CUENTOS DE PRINCESAS. ME DIJERON “ESTE CABALLO ES TUYO”