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C
ultura
A
ún siguen sorprendiéndose muchos foráneos cuando lle-
gan a Murcia de que exista en una ciudad del interior algo
a lo que se llame Malecón. Tal palabra les suena a la Ha-
bana o a Cádiz… El Malecón es el paseo junto al mar del que se
ve separado por un muro que sirve de baranda al paseo. Eso o
algo parecido. En Murcia, el Malecón sigue siendo un sustantivo
del campo semántico del agua. Sucede que el río apunta, desde
que deja su dirección sur, kilómetros arriba del cauce, como una
flecha al corazón de la ciudad. Como buen río mediterráneo, an-
tes de ser regulado por los pantanos de cabecera, el Segura tenía
crecidas y avenidas. El agua entraba como flecha en la ciudad. El
Malecón, ideado como alto muro de tierra apelmazado, fue eso:
defensa del casco urbano murciano frente a las riadas del Segu-
ra. Lo idearon a mitad del siglo XV, y poco a poco fue tomando
cuerpo y mejorando los materiales de que estaba hecho. Pero con
ese mismo tiempo, la funcionalidad del muro fue pasando de ne-
cesidad a lujo. De obra de defensa en caso de avenidas, a paseo
de melancólicos primero, de jubilados después y de todiós por
último. Y en esas estamos. Una de las naturalezas que adquirió
fue la Literaria.
Comencemos por Don José Ballester, escritor y periodista con-
temporáneo del nacimiento de la Generación del 27, aunque el
era más bien del 98. Si bien, un 98 amable, católico y murcianico.
El director de La Verdad, y por consiguiente del suplemento Prosa
y Verso de dicho periódico, escribió una novela titulada Otoño en
la ciudad, donde en clave azoriniana cuenta el languidecer de la
urbe huertana en aquellos tiempos de Don Jorge Guillén en Mur-
cia. En particular, hay un capítulo en el que un murciano de rancio
abolengo les va explicando, mientras vuelven del final del largo
paseo murciano, cosas y claves de la urbe que les acoge. Acaso
sea la primera literaturización del Malecón.
Décadas después, el poeta Eloy Sánchez Rosillo escogería el
enclave para autorretratarse, en una suerte de romanticismo dé-
bil, y verse a sí mismo leyendo en la apacible soledad del lugar,
que allá por los 80 aún conservaba su idílico espíritu. El poema
dice así:
EL MALECÓN
Apártate de todo esta mañana
y adéntrate en ti mismo al tiempo que te adentras
en la insólita paz de este olvidado
retiro silencioso.
No hay nadie. Quedan lejos
la ciudad y sus gentes, los trabajos
tan tristes de los hombres. Es tu amigo
este sol de febrero que acaricia
con mucho amor en tu piel. Vivir quisieras
con la antigua inocencia este momento
y ser de nuevo aquel adolescente
que aquí solía venir cuando estar solo
y soñar deseaba.
Pero, detente. Mira.
¿Recuerdas? Puedes verlo. En un banco de piedra
está sentado. Tiene
un cuaderno en las manos, y unos libros
hay junto a él. Quién sabe
en qué estará pensando. Tantas cosas
ignora que la vida te enseñó y que quisieras
no saber.
Déjalo. Nada le digas.
Tiempo habrá de que el tiempo
lo acerque a ti y te alcance.
Pasa a su lado, y sigue. No destruyas
el encanto. Silencio. Sed dichosos
bajo esta luz bendita.
Entre las ramas
de los naranjos cantan los jilgueros.
Ballester y Rosillo hablan de un Malecón idílico. Hoy, con la “re-
belión de las masas” conseguida en nuestra ciudad, la visión lite-
raria de este lugar tan murciano, acaso pida una novela urbana,
nocturna y un algo o un mucho canalla. Es el siglo XXI.
El Malecón
Literario
ENCLAVES LITERARIOS DE MURCIA
Por Santiago Delgado
Fotografía: Ana Bernal