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LA CARA B
Por Antonio Rentero
Asomándose desde el umbral del
fondo del cuadro
E
n una serie televisiva española de moda última-
mente los protagonistas se asoman por una puer-
ta, apareciendo al fondo del cuadro popularmente
conocido como “Las Meninas”. Lo que daría por
poder asomarme yo también por esa puerta.
Hay quien considera a Velázquez “el pintor de la moda” por el ex-
quisito cuidado que prestaba a cada detalle de vestimenta y com-
plementos en los personajes de sus obras, y tras haber estudiado
concienzudamente los aspectos históricos relacionados con los
elementos textiles de antaño, he de reconocer que la obra del sevi-
llano casi constituye el repaso a un catálogo de la ropa de la época.
Gracias a este cuadro hoy una gran parte de la población es ca-
paz de reconocer inmediatamente una pieza accesoria del vestua-
rio femenino que ya sólo puede contemplarse en los museos: los
guardainfantes. Es una estructura destinada a dotar de volumen la
parte inferior de la anatomía femenina cubierta de pesadas faldas
que, debido a esta forma cada vez más
opulenta, conseguían disimular posibles
embarazos al mismo tiempo que mante-
nían a raya posibles acercamientos no
autorizados de manos audaces deseo-
sas de recorrer la anatomía femenina. En los dos casos la ambiva-
lencia del lenguaje permitía a las usuarias conseguir el fin que el
nombre de dicha prenda comprende.
Los guardainfantes casi han pasado a la posteridad en el co-
nocimiento popular vinculados a la pintura de Velázquez, puesto
que cayeron en desuso hace tanto tiempo que difícilmente queda
nadie vivo con experiencia directa sobre su uso. Hechos de hueso
o madera, ligeros pero resistentes para soportar el peso de textiles
compactos, constituyen la firma de un cuadro objeto de atención
desde hace siglos por muchos detalles, entre ellos la osadía de su
composición.
En los años 80 se produjo una indudable recuperación iconográ-
fica de la figura de las Meninas, actualizada, modernizada y recon-
textualizada por el estilo imperante en la época, y probablemente
sin esa relectura no viviríamos el cierto boom de reiconografización
(si es que tal palabra existe) que ha permitido que algunas perso-
nas, como yo misma, podamos cultivar una pasión por este cuadro
capaz de hacernos acumular los más diversos objetos relacionados
con el mismo, en particular con la reconocible figura de las dos
damas de compañía que flanquean a la protagonista de la pintura.
El término, que procede del portugués (meninha = niña), ha pasa-
do a la Historia como título de un cuadro realmente titulado “La fami-
lia de Felipe VI”, pero se refiere a las niñas que acompañaban a la in-
fanta Margarita de Austria para que tuviese alguien de su edad con
quien jugar en la Corte. Niñas que además también protagonizaban
anécdotas como posar incontables horas para que luego sustituye-
ran su cara por la de la infanta, algo que quedó reflejado a medias
en un lienzo inacabado de un pintor holandés poco conocido.
Contando yo ocho años mi abuela trajo un juego de postales de
El Prado en uno de sus viajes de los cuadros de Velázquez. Algo
debió quedarse en mi mente porque desde entonces, primero el
cuadro y después la propia figura de las Meninas, han ganado un
magnetismo al que no he podido resistirme jamás, llevándome a
coleccionar distintas reproducciones de
las famosas damas de compañía. Algo
hay de hipnótico en los volúmenes de
esos vestidos, en al exquisito detalle
con que los pinceles de don Diego al-
canzan la maestría.
Pins, broches, cuadros, láminas…recuerdo con cariño una Meni-
na Huertana, pintada en un plato de cerámica, obra de Paparajote.
Hace unos años volvió a ponerse de moda Velázquez y me rega-
laron un juego de tazas, procedente de esa peculiar sección de
ciertos grandes almacenes que disponen de una zona donde está
el torero, la sevillana con bata de cola y la armadura. Como ves-
tigio, en mi entorno familiar nos queda la costumbre de exclamar
“pareces una menina”, frase que pronunciaba mi abuela cuando
ocasionalmente mi hermana adoptaba una pose altiva.
Se me puso la piel de gallina (se me pone ahora) la primera vez
que vi el cuadro. Pensar que esa tela estuvo allí, con las manos de
Velázquez acariciando el lienzo con pinceles llenos de pintura, con
aquellas modelos posando realmente ante él…
Soy
Ana Peyres
y aunque pocos lo saben
soy la costurera de las Meninas.
“En los años 80 se produjo una
indudable recuperación iconográfica
de la figura de las Meninas”