27
O
pinión
FELICIDAD, QUE BONITO NOMBRE TIENES
S
egún el grupo musical “La cabra mecánica” la felicidad de-
bería ser abstemia, porque en cuanto se toma dos copas
de más se le olvida que nos quiere y, claro, todos desea-
mos ser amados por la felicidad. Bueno, todos no, porque según el
filósofo Gustavo Bueno decir: “Soy feliz, es en muchos contextos,
lo mismo que reconocer que se es idiota”.
Las afirmaciones de este filósofo asturiano levantaron ampollas,
porque aunque es cierto que ser feliz en un mundo tan injusto, con
tantas desigualdades sociales, tantas guerras ilícitas, tanto afán
de poder, tanta intolerancia..., etc. es casi imposible, reconocerse
idiota lo es más. Modestamente considero que, más que idiota por
experimentar un cierto grado de felicidad, se es egoísta. Egoísta
por poder despreocuparse del mundo entero e ir a la bola propia.
Sí, ya sé, el egoísmo está totalmente reñido con muchos princi-
pios religiosos, éticos y morales, pero psicológicamente es uno de
los pilares básicos de esa cosa estúpida llamada felicidad: mien-
tras vayamos cargando con el sufrimiento ajeno (por otra parte,
nada puede sernos ajeno) será imposible
que nos sintamos liberados para ser felices.
Además, ser feliz (aunque no se sepa con
certeza qué narices es eso) debería consi-
derarse una prioridad no sólo personal
sino a nivel de Estado. Me explico: cuando nos senti-
mos tristes, deprimidos, preocupados, frustrados,
o sea, infelices, nuestro sistema inmunitario se
vuelve vulnerabilísimo y cualquier chuminada nos
mina la salud, o sea: gasto farmacéutico al can-
to. Mientras que cuando nos sentimos pletóricos,
por ejemplo: enamorados, que es el estado que
genera más efervescencia felicil, nuestras
endorfinas andan más revolu-
cionadas que las burbujas de
una gaseosa agitada lle-
vando hasta los últimos
confines de nuestro organismo un estado de satisfacción increíble.
A ver, “La imitación es un suicidio” decía Og Mandino, pero no
hay nada menos imitable que la felicidad, porque desde Aristóteles
a Gustavo Bueno, pasando por Epicuro, Séneca, Tomás Moro,
Sade, Escrivá de Balaguer y tantos y tantos otros (conocidos, que
desconocidos, ni les cuento) cada uno ha asumido su propia idea
de lo que era la felicidad y, si bien es verdad que todos han tenido
su cohorte de discípulos, estoy segura de que ha sido incorporan-
do nuevas pinceladas a la visión de su maestro. Porque, incluso,
dentro de la Iglesia hay quienes piensan que este mundo es un
valle de lágrimas en el que hemos venido sólo a sufrir, mientras
que otros están convencidos de que hemos sido creados para ser
felices y disfrutar de los regalos de la vida.
Si pensamos que el hombre es el único animal con la capacidad
de reír o de encontrar el lado gracioso en todo lo que acontece, la
verdad es que empeñarse en ver sólo la parte negativa de cuanto
nos rodea debe ser bastante penoso y deprimente.
Un proverbio viene a decir que, cuando
hace viento, el marinero pesimista maldice,
el optimista espera a que pase, y el realis-
ta ajusta las velas ¿Por qué la felicidad no
puede ser algo así como un ajuste entre los
desastres que impiden sentirse dichosos y el goce de todas aque-
llas cosas sencillas pero deliciosas?
En la Universidad de Rótterdam existe un “Archivo Mundial de la
Felicidad” en donde con más de tres mil trabajos y estudios cien-
tíficos se puede (al menos se pretende) dilucidar qué es esa cosa
extraña, esa entelequia llamada “felicidad” y tras la cual muchos
corren inútilmente mientras ella busca a otros que apostatan de
ella.
Según el profesor Bueno: “La felicidad es un concepto peligroso
que habría que
liquidar” y, seguramente, muchos se
pregun ta -
rán cómo definir entonces a eso
q u e
se siente al abrazar al hijo recién
n a -
cido; al mirar un amanecer desde la playa;
al tomar las manos de alguien que se ama; al
escuchar la lluvia desde la cama; al realizar un viaje
anhelado...
Probablemente, desarrollar la capacidad de análisis y
de pensamiento crítico, a unos les conduzca a replantearse
muchas cosas y, en consecuencia, a ser menos felices; pero a
otros, si eso les lleva a sentir, pensar y actuar de acuerdo con sus
valores primordiales, puede convertirlos en los tipos más felices y
satisfechos del mundo.
Yo no sabría encuadrar a la felicidad en los conceptos de “uto-
pía” o “realidad”, pero, desde luego, tampoco le pediría ayuda al
profesor Bueno.
En fin, como sigue diciendo la canción: “Felicidad, que
bonito nombre tienes. Felicidad, vete tú a saber dónde
te metes...” ¡Anda, que cómo lo supiéramos le íbamos
a hacer ascos!
Ana María Tomás
CICUTA CON ALMÍBAR
Ser feliz debería considerarse
una prioridad no sólo personal
sino a nivel de Estado