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“T
enía yo 12 años cuando mi padre pensó que tres
meses de vacaciones era demasiado tiempo de in-
actividad y que debía trabajar en algo útil, así que
me convertí en aprendiz de un descendiente de la nobleza
rusa, ingeniero nuclear de formación y antiguo director de
banco en Londres, que había decidido dar rienda suelta a su
pasión y estudiar musicología. Me iba a enseñar a restaurar
órganos.
Mi primera restauración fue en Torrijos, provincia de Toledo.
El primer día la parroquia estaba cerrada y fuimos a comer a
un bar cercano. Al día siguiente el cura, con voz queda, nos
explicó que el dueño de ese bar era de UGT y que nos reco-
mendaba otro cuyo dueño sí acudía con frecuencia a misa.
Resultó que se comía mejor en ese otro bar.
Íbamos a pueblos donde el órgano de la iglesia era algo
importantísimo y tenías la responsabilidad de no cargártelo.
Todo el mundo había cantado alguna vez en el coro de la
iglesia, se había casado con él sonando... y tú eres un foras-
tero que viene a meter las manos en las tripas de algo ligado
a los momentos claves de sus vidas. En algunos pueblos de
Castilla era normal que se apartaran los bancos y los niños
jugaran al fútbol dentro del templo, que se llenaba de una vida
más allá del elemento sacro.
Trabajábamos en el órgano en horas que no son de culto:
a mediodía, a primera hora de la tarde y sobre todo por la
noche. Una madrugada, pasadas las tres, en Torrijos comien-
zan a llamar con insistencia a la puerta de la iglesia. Era una
señora muy mayor que preguntaba por el párroco pues nece-
sitaba confesión urgente, obligándonos a elucubrar si habría
tenido alguna aventura tan intempestiva como pecaminosa.
Mi mayor honor fue colaborar en la gran restauración que
se hizo del órgano Merklin de la Catedral de Murcia que,
construido en 1857, es el mayor de España. Un órgano con
2.000 tubos ya supone un tamaño más que considerable y
el de Murcia cuenta con unos 5.000 tubos y con 63 registros
frente a los 20 habituales. Sólo el Imperial de Toledo, por ta-
maño, sería comparable.
El encargo y fabricación de tan portentoso instrumento,
apoyado por la reina Isabel II, fue considerado en su mo-
mento asunto de Estado. En el fondo es un órgano dema-
siado grande y que puede ocasionar problemas tales como
comenzar a afinarlo por un extremo y cuando terminas ya
ha comenzado a desafinarse por el otro, especialmente por
los cambios de temperatura que afectan a la aleación de los
tubos. Debido a su magnitud fue imposible que todo funcio-
nase bien siempre, pero ahí reside la belleza, no solo en la
perfección. Como en el hombre, que tiene virtudes y defectos,
y hay que amarlo en conjunto.
Los órganos reúnen el saber de muchos siglos y discipli-
nas: música, neumática, física, metalurgia, carpintería... Res-
tauramos con materiales idénticos a los originales (con sus
ventajas y sus inconvenientes), como restos de cordero para
hacer pegamento con la misma receta que en el s. XVI bus-
cando que se conservase el sonido
original. No tiene sentido restaurar
con métodos modernos un aparato
de hace 400 años, para eso pones
un sintetizador Yamaha.
El corazón de los órganos se lla-
ma secreto, es casi de forma literal
el corazón que organiza toda la co-
rriente de aire que, pasando a tra-
vés de los tubos, genera el sonido.Y
curiosamente en su interior, cuando
toca restaurarlo, suele encontrarse
alguna sorpresa dejada allí por el
creador del órgano. En el de Torrijos
hallamos una inscripción no excesi-
vamente cariñosa para con el obis-
po de Toledo por no haber invitado a
la inauguración del instrumento a los
propios artífices del mismo. En el de Murcia descubrimos que
los fuelles llevaban placas con inscripciones en ruso. Fuimos
a una céntrica ferretería (hoy desaparecida) a pedir repuesto
para una correa deteriorada de los mecanismos del órgano
y resultó pertenecer al motor de un camión ruso del bando
republicano.
Una noche regresamos de madrugada para continuar los
trabajos de afinación. El organista, con todo el templo a oscu-
ras a excepción de la luz que iluminaba las partituras, comen-
zó a interpretar música sacra de Bach con toda la potencia del
Merklin resonando en el vacío de una Catedral en la que sólo
estábamos nosotros. A través del baile de sus dedos sobre
las teclas, el aire procedente de los fuelles salió transformado
por aquel bosque de tuberías en una provocación emocional
que nos sumió a todos, en las tinieblas, en lágrimas como
nunca antes ni después ha ocasionado la música en mí.
Me llamo José Egea y, aunque pocos lo saben,
soy restaurador de órganos.”
LA CARA B
Por Antonio Rentero
Las 5.000 tuberías del
Titanic de la música
“LOS ÓRGANOS
REÚNEN EL
SABER DE
MUCHOS SIGLOS
Y DISCIPLINAS:
MÚSICA,
NEUMÁTICA,
FÍSICA,
METALURGIA,
CARPINTERÍA...”