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O
pinión
tes “neotapas”. Reducciones al caramelo de
Módena, todo rebozado en miel de caña y
demás translaciones de la infancia gustativa
que hubiesen provocado la quema del local
por el intempestivo y antes mencionado Lu-
ján, quien participaba en tertulias galácticas
donde se afirmaba con autoridad que los
mejores caracoles eran los cogidos entre
los que se deslizaban por la tapia norte de
determinado cementerio. Las gastrotecas,
que ya en su nombre lo aclaran todo: sitios
donde las señoritas de ambos sexos sufren
tal acceso de glamour que hasta se olvidan
de comer. Las barras se han convertido en
barritas dietéticas.
El otro día pregunté a varios expertos en
la materia dónde diablos podía uno comerse
ahora en la antigua capital de la huerta unas
modestas acelgas fritas con piñones acom-
pañadas de una quijotesca sardina salada
de tabal, con su ñora crujiente, y me dijeron
vagamente, poniendo “mirada de yate”, en la
lejanía, que érase una vez un lugar modesto
por la parte de Espinardo… A nadie en ab-
soluto le importa esto ya. Ni una voz se ha
alzado. La memoria es también de pobres.
Yo recuerdo una Murcia que olía a sardina
salada por todas partes y hoy me encuentro
otra cuyas panaderías “gourmandes” despi-
den el mismo aroma que las tiendas de mó-
viles.Ya me lo advirtió una vez, hace años, el
hoy difunto y celebérrimo gastrónomo fran-
cés Jean-François Revel, aquel intelectual
que tenía una cabeza de campeón de lucha
libre húngaro, mientras comía con sorpresa y
tristeza unos milagrosos tomates en el viejo
Rincón de Pepe. “En Francia esto que sabe a
algo ha dejado de existir en los mercados, en
los restaurantes, en todas partes. En España
lo hará pronto”.
Supe que el Diablo existe cuando fui inca-
paz de encontrar, el pasado diciembre, man-
darinas, aún de la clase más corriente, en
las fruterías de barrio del centro de Murcia.
Cero mandarinas. En diciembre. Los pakis-
taníes dueños de las fruterías a los que les
preguntabas te miraban como si estuvieses
loco. Cero mandarinas en diciembre. Es de-
cir, la misma esencia del olor a Pascua de
esa época superada en que los murcianos
no teníamos de nada pero había de todo. Al
menos, todo lo importante que debíamos te-
ner. Existía el pan. La fruta. La verdura. La
cocina murciana de pobres, es decir, la única
cocina que hemos tenido jamás. Es verdad,
no sé cómo podíamos conciliar el sueño por-
que aún no se había inventado WhatsApp.
H
ace unos días, me sorprendió enormemente encontrarme
con un letrero colocado en la pared de la consulta de uno
de los médicos especialistas de la Seguridad Social. El le-
trero decía textualmente: “El Colegio de Médicos, en su obligación
de velar por la profesión para asegurar la salud de los alicantinos
advierte que en caso de amenazas o agresiones físicas o verbales
a los médicos en el ejercicio de su profesión, se denunciará por la
vía penal al agresor”. Ante mi sorpresa, el facultativo me explicó
que un compañero de la citada Comunidad se lo había regalado
para que lo pusiese en su consulta, al comentarle él una agresión
“sexual” que había tenido con una extraña y ajena paciente.
No pude evitar la sonrisa y la cara de asombro al escuchar el
tipo de agresión y le pedí que me lo explicara. El pobre doctor, más
quemado que la pipa de un indio, histérico porque había tenido
que explicar repetidamente a más de un paciente, con evidentes
signos de senilidad, la forma
de tomarse la medicación; y,
quizá también, porque llevaba
vistos, fuera de lista, a trope-
cientos enfermos hipocondría-
cos con pequeñeces perfec-
tamente diagnosticables por sus médicos de cabecera, decidió
hacer un alto y concederme la explicación solicitada.
Me contó que en más de una ocasión los pacientes o familiares
de éstos habían intentado agredirle, bien porque la medicación no
los había mejorado todo lo que esperaban, bien porque el enfermo
se había administrado la dosis como le había salido de los cata-
plines y se habían puesto fatal, bien porque la naturaleza se había
tomado su tiempo para sacarlos de la enfermedad. Pero lo que
le descolocaba totalmente era la agresión sexual. Fue al finalizar
la consulta uno de esos días en los que se trabaja con una pre-
sión horrible, con muchos más enfermos que tiempo para verlos…,
vamos, un día normal y corriente. Él, en estado casi catatónico,
recogía sus cosas para marcharse cuando una airada mujer abrió
la puerta de la consulta y, antes de mediar palabra o asegurarse de
que se trataba del “causante” de su problema, le asestó un viagra-
zo, o sea, un golpe con una caja de viagra, en toda la frente. Eso
sí, insultándolo y amenazándolo de que o le ponía una prótesis en
el mismísimo a su marido o en lugar de arrearle con las pastillas lo
haría con una sartén.
Parece de risa ¿verdad? Yo también me reí cuando me lo contó.
Pero la cosa no tiene ni chispa de gracia. No. Aquí hablamos de
hombres y mujeres profesionales que se entregan a los demás
por vocación y que, también, por un golpe de péndulo han pasa-
do del “lo que el médico yerra lo tapa la tierra” a “ruega porque
me vaya bien la medicación porque, si no, tendrás un problema”.
Hablamos de un colectivo en el que, también, hemos volcado
responsabilidades que sólo son
nuestras, como acompañar a
nuestros enfermos mayores,
escuchar por ellos las explica-
ciones al tratamiento, y asu-
mir que los facultativos hacen
cuanto pueden y saben para ayudarnos, aunque, por otro lado, es
verdad que de todo hay en la viña del Señor. Hace unas semanas
tuve que hacerme una ecografía y juro por mis muertos que el
facultativo que me atendió no podría decir una sola característica
mía porque en todo el tiempo que duró la prueba no tuvo a bien
dirigirme ni una sola mirada. Ni una. Jamás me he sentido más
objeto que en aquel momento.
Lo que ocurre es que tengo claro que no se puede generalizar,
nunca. Cada ser humano es un mundo. El problema es que hay
que hacer turismo, a veces por territorio comanche, para ver lo
que hay.
AGRESIÓN SEXUAL
CICUTA CON ALMÍBAR
Ana María Tomás
Una airada mujer abrió la puerta de la
consulta, y sin mediar palabra, le asestó un
viagrazo, o sea, un golpe con una caja de
viagra, en toda la frente