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ventos
coleccionándolas, como recuerdo y home-
naje a su dedicación a la fiesta. Los vistosos
atuendos, confeccionados especialmente
para la ocasión, dependían de las coordi-
nadoras de eventos. Hay dos nombres que
suenan en las páginas de la documentación
histórica por su eficacia y dotes imaginati-
vas para organizar y dirigir las fiestas: Dña.
Rosa Séiquer y la Sta. Trini Pérez-Miravete.
Estos bailes eran tan memorables que
incluso hay menciones en algunas actas
de la Junta Directiva. Por ejemplo, el 28 de
diciembre de 1930 se incluía el siguiente
párrafo: “De los bailes celebrados en nues-
tros salones, especialmente los de las Uvas
y Candelaria, es unánime la opinión de los
que los presenciaron que especialmente el
último ha sido uno de los más brillantes que
se recuerdan”.
“Era algo especial. Eran bonitos de ver-
dad. La gente venía muy arreglada. Para la
sociedad de aquella época y para la juven-
tud, era algo muy esperado”, dice Consuelo
Sánchez Del Campo, que acude a la cita
junto a su marido, el Senador Pedro Cas-
cales Hilla, su amiga Jaqueline de Aniorte
y su marido, José María Dato. Sus padres
ya eran socios, así que ha venido desde
niña. “Empezábamos el 31 de diciembre
con la puesta de largo, seguíamos con la
Candelaria y después estaba el Baile de las
Flores, que se hacía en el Romea y aquí.
Estaba muy bien, venía mucha gente. En la
Candelaria venían muchas chicas disfraza-
das de carnaval. Era la costumbre”.
Hoy nadie ha venido disfrazado pero la
elegancia se hace patente: trajes chaqueta,
esmoquin, lentejuelas y ricos bordados. El
ambiente festivo se ha recuperado y la ilu-
sión por revivir antiguas y queridas tradicio-
nes predomina entre los presentes. Quizás
dentro de unos años, cuando la Candelaria
vuelva a convertirse en cita emblemática de
la entidad, los atuendos de los participan-
tes evoquen a esas fiestas de antaño.