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C
ULTURA
está en Vicente Armiñána (que ofrece una visión de la plaza
de Belluga cuyo antiguo urbanismo, con su fuente central,
hace mucho que ha sido modificado, con lo cual el cuadro,
paradójicamente, adquiere una cualidad intemporal) o Sau-
ra Mira. Antonio Sánchez o Francisco Navarro continúan en
esos motivos costumbristas pero con ejecuciones pictóricas
menos literales. Ambos artistas toman como referencia las
salas interiores del Casino, muy probablemente sabiendo ya
que estas obras las iban a donar a los fondos del edificio.
No podían faltar clásicos de la pintura del Casino de Murcia
y de la entera Ciudad como el intenso emocionismo de Es-
pinosa, la tersura delicada de Pedro Serna en los paisajes o
Molina Sánchez, quien, aparte de un cuadro torerístico, está
presente con uno de esos ángeles tan simbólicos y de místi-
ca tan extraordinaria que pertenecen a la segunda época de
su obra. Aparte de apuestas artísticas inimitables como las
de Muher, siempre tan identificables y con la fuerza colorísti-
ca que acostumbran, la exposición se dirige, por momentos,
hacia la abstracción pura y dura. Por ejemplo, Enrique Casta-
ñer o Agustina Barnés. Por falta de espacio, como ha ocurrido
con la propia exposición, nos dejamos algunos artistas singu-
lares por citar, pero en esta muestra hay un espacio también
para la ironía: el cuadro “la novia apocada”, de Álvaro Peña,
que sin duda, con su erotismo evidente y el aire étnico que
sobrevuela su talento artístico, habrá sorprendido a más de
un socio, pero que es una muestra plausible de la adaptación
a los tiempos de un Casino de Murcia que está viviendo una
segunda época dorada.
Se ha elaborado un catálogo muy cuidado para
que los socios y los interesados en estas obras
de arte tengan en sus casas un recordatorio de
lo que guarda el Real Casino