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O
pinión
de algo llamado variación en el clima o
entretiempo. Es más, ignora la existencia
de algo llamado clima. Como el británico
ignora la existencia de algo llamado con-
cavidad del tenedor.
En Murcia hay la costumbre de hacer
un hatillo con la ropa de invierno y po-
nerla en el lugar más inalcanzable de la
casa, aproximadamente donde se pone
el caballo de cartón de la tatarabuela o el
piano de cola. Un lugar donde la pereza
impida tener la tentación de subirse. Así,
todos los años vemos cómo el murciano,
por no tener que subirse a ningún sitio,
llega con los trapillos que ha usado en
lo más incandescente del verano hasta
pasado el solsticio de invierno, cuando
ha pasado ya dos o tres accesos gripa-
les o de otros tipos de bichitos atmosfé-
ricos. Asombra ver cómo aquí la gente
va exactamente igual por la calle con
diferencias de temperatura de cuarenta
grados. Exactamente igual.
Eso viene de la vieja superstición po-
pular del Levante español, que llega has-
ta Cataluña, de que en el Mediterráneo
nunca hace frío. Antes, lo segundo que
empeñaban los españoles sin recursos
que querían ir a los toros, después del
reloj, era el abrigo. Los españoles nunca
han necesitado ni llegar a su hora ni pro-
tección alguna contra el frío, porque aquí
eso dicen que no existe. Por eso las ca-
sas se construyen como se construyen,
hasta hace pocos decenios ni siquiera
había calefacción en los teatros o cines
o la ropa de invierno se pone donde los
trastos inservibles. Hace unos decenios
el veraneo de la gente pudiente llegaba
hasta que reponían don Juan Tenorio, el
31 de octubre, cuando ya se venían de
la residencia de la playa o del campo a
la ciudad, pero el veraneo mental de los
marcianos en realidad llega hasta mucho
más allá del Tenorio.
Llega al menos hasta las uvas. Caerá
escarcha y nos subirá por los pies esa
humedad mortal como de arenas move-
dizas con que aquí somos obsequiados
en algunos inviernos, y aún muchos mar-
cianos, pobrecitos, irán encogidos por
la calle con la misma pinta de llevar una
sombrilla, una neveríta y un cubo para
hacer castillos de arena.
M
e dio la idea un notario, amigo mío, y yo, que soy
una chica muy aplicada, tomé nota enseguida, so-
bre todo, porque vi claramente que es la fórmula
perfecta para hacerme rica en un pis pas.
Mi amigo me hablaba de lo maravilloso que sería poder
comprar tiempo y a mí los ojos me hicieron chiribitas porque
descubrí el negocio del siglo. Ya he estado viendo máquinas
embotelladoras que además del clásico corcho tengan tam-
bién un cierre para los paquetes de tetrabrik. Porque, claro,
pienso embotellar desde tiempo corriente en paquetes de
litro de cartón, hasta el reserva especial, teniendo en cuenta
que no es lo mismo comprar tiempo para ver,
por ejemplo, un programa de “Sálvame”, que
comprar tiempo para estar con los hijos o con la
amada. Y anda que, con esto último, me iban a
faltar clientes: hay señores que además de la pro-
pia tienen unas cuantas más; con lo cual, he pensado
que incluso puedo añadir algún tipo de sustancia energi-
zante a según qué embotellado. No me negarán que es
una idea genial, incluso estoy planteándome pasarle
algo de comisión a mi amigo por la sugerencia.
De esta forma, es decir, embotellando tiempo
no tendríamos que preocuparnos de tooodas las
horas que nos faltan a las madres trabajadoras,
ni de la falta de tiempo de los papás para estar
con sus hijos. Ni, mucho menos, de que en las tarjas mor-
tuorias haya más nombres masculinos que femeninos, ni de
que existan cientos de asociaciones de viudas y ninguna de
viudos. Tiempo embotellado para organizar, equilibrar, regu-
lar, armonizar… ¡Dios bendito! ¿Se imaginan?
Pienso convertirme en una empresaria de tres pares de
narices haciendo mucho más felices a los humanos ofer-
tándoles en todo momento un tiempo a medida. Porque, se-
gún vaya subiendo el volumen de ventas, tengo proyectado
sacar al mercado incluso tiempo-basura en donde legiones
de analfabetas con vocación de pendones “desorejaos” po-
drán explayarse a gusto contando las preferencias sexuales
y la bipotencia de ganadores de casas de “Gran Hermano”
o de cantantes o toreros o hijos de tonadilleras... porque
ahora, por si ustedes no se habían dado cuenta, las cosas
han cambiado una jarta: ya no es el macho quien presume
de a cuántas se ha llevado al huerto o al río creyendo que
eran mozuelas, mientras ellas han de soportar coplillas o
coplazas burlonas en donde queda totalmente
de manifiesto su “facilidad” a perder el honor
(léase virgo). ¡Ah, no! Ahora son ellas las que lle-
van como galones (tantos tíos, tantas rayas, claro
que ellas no tienen penes para hacerse muescas)
los revolcones gozados con el fin de que no se les
olviden y puedan airearlo de la manera más publicitaria
que exista.
En tiempos de Dante se llegaba a la gloria a través
del infierno, ahora parece que el camino a la gloria
por la que suspiran la mayoría de los mortales es
el de la mierda, parece que a mayor mierda, ma-
yor gloria. En fin... no quiero que suene a cuento
de la lechera, pero las ganancias del tiempo-
basura las invertiré en comprar tiempo a tipos que andan
locos porque no saben cómo matarlo.
Por mucho que se crea que el poder del tiempo consiste
en ser inexorable, insobornable e imparable –hermosísima
frase, por cierto– yo creo que hoy día ya no queda nada así,
ni siquiera el tiempo, por fortuna para personas emprende-
doras como yo. ¿No creen?
TIEMPO
CICUTA CON ALMÍBAR
Ana María Tomás