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C
ultura
Y
o nací en la Glorieta, entre el Puen-
te Viejo, la Catedral y los Baños Ára-
bes (que aún estaban). He conoci-
do tres Glorietas. La heredada de la Belle
Epoque, con bancos de amaniese y arcos
de hierro con flores y tallos de entrelazada
disposición compartida. Con ese escenario
vi llegar a los coches que traían a los ju-
gadores del Real
Murcia que habían
ascendido a Prime-
ra División. La se-
gunda fue la madre
de la actual, pero
sin aparcamiento
debajo. La constru-
yeron mientras yo
cumplía la primera
decena de años
de mi vida. Y como
resultado tuvo que
mi familia, y yo
con ellos, pudimos
contemplar todo el
panorama desde
el Martillo del Obis-
po, hasta el Hotel
Victoria, donde lle-
gaban los toreros y
salían en aquellos coches largos, negros y
amarillos, que llevaban el botijo amarrado al
pescante trasero o a la vaca misma. Debían
ser Hispano-Suizas… Luego, ya de mayor-
cete, y docente y escritor publicado y todo,
la actual, réplica de la primera, pero con su
barriga preñada de coches.
La Glorieta de España, así se llama real-
mente, según rótulo del Ayuntamiento fijo
en el Palacio Espiscopal. Pero nada de lo
anterior, autobiográfico mío, es motivo lite-
rario suficiente como para darle naturaleza
literaria a este enclave urbano de Murcia.
Y, menos aun que dos novelas mías, una
publicada en el 81, “La Isla de las Ratas”,
y otra, inédita, llamada precisamente “La
Glorieta”, se desarrollen en su mayoría de
capítulos en ese lugar emblemático para mi
existencia. Cuentan ambas novelas mis an-
danzas de infante en los 50 y 60 de la pasa-
da centuria, en aquella urbe murciana que
empezaba a salir de la Edad Media, dejaba
burros y carros, adoquines y tartanas… por
asfalto, semáforos y coches de importación.
En fin, ya saben.
A La Glorieta la inmortalizó el insigne poe-
ta Francisco Sánchez Bautista, al mencio-
narla en un formidable soneto que todos los
escolares deberían desear saber de memo-
ria. Sin más, paso a ponerlo a continuación.
La Glorieta es un espacio público, pea-
tonal, alargado de este a oeste, mirando al
sur, paralelo al cauce del río Segura. El sol
impera en sus predios todo el año, del orto
al ocaso, aparezca por donde aparezca el
sol, en su orto. Especialmente, en otoño, el
sol acaricia las fuentes que ornan, a modo
de columna vertebral, el jardín público, la
fachada del Ayuntamiento y una parte del
Palacio Episcopal. En primavera y verano el
sol hace arder el pavimento y las columnas
de la portada y balcón consistorial. De ahí la
querencia por esa tibieza del sol de octubre
que bendice el poeta.
Murcia, dijo Guillén, vive en una felicidad
climática eterna, que a él entusiasmó, y
marcó no poco de su pensar poético poste-
rior a su condición de habitante de Murcia.
Echo de menos una placa con ese soneto y
un busto en relieve del poeta. Los murcianos
y paseantes de La Glorieta, y en particular
los turistas que,
desemba rcados
de los autobuses
que aparcan bre-
vemente en la cal-
zada que hay entre
el jardín público y
el río, pasan a la
Catedral y el Casi-
no, podrían hacer
una parada delante
del soneto. Y si son
españoles,
ellos
mismos leerían el
texto. Si no, el guía,
que suele saber in-
glés, les haría una
traducción ad hoc,
que sabrían de me-
diomemoria, con lo
que se irían muy
reconfortados, sabiendo que aquel lugar ha
tenido poeta y poesía. Los turistas son muy
proclives a saber esas cosas.
No hay que perderse el último díptico:
dulce clima que alivias las cansadas
horas que la existencia nos devora.
En él se atribuye a esta Murcia de otoño,
y en particular a La Glorieta, la condición
de aliviar, de sanar, esas cansadas horas
que el duro ir y venir de nuestras horas y
trabajos nos depara. El sol de otoño mur-
ciano, según Sánchez Bautista, nos cura el
alma, de la enfermedad de la prisa, de la
dolencia del espíritu y de la injuria del tiem-
po mismo, que nos devora y se va quedan-
do nuestra infancia, nuestra adolescencia
y todo lo demás que sigue según la fatal
costumbre de Cronos.
La Glorieta tiene su poeta y tiene a su
poema. La Literatura da un toque especial a
los sitios que menciona o canta. Tener este
soneto disponible y este enclave bendecido
por el sol de todo el año es un privilegio
que, no por gozar unos solos vale más. Al
contrario: lo cultural, si no se comparte, se
pudre. ¿Veré yo ese soneto inmortalizado
en bronce en algún muro municipal de la
Glorieta o episcopal?
La Glorieta Literaria
ENCLAVES LITERARIOS DE MURCIA
Por Santiago Delgado
EL OTOÑO
Agradable de sol y de tibieza
llega octubre: oloroso de manzanas.
Llovizna en la ciudad: suenan campanas
en las torres de Murcia; despereza
de su letargo el río; Murcia empieza
a bullir en sus calles; las mañanas
ya refrescan; las tardes son livianas
y nos ganan al fin por su pereza.
Un café. La Glorieta. Rinconadas
donde el sol se remansa, alivia, dora
el cansancio habitual de las jomadas.
Grata Murcia de luz consoladora,
dulce clima que alivias las cansadas
horas que la existencia nos devora.
Francisco Sánchez Bautista