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G
alería
del
S
ocio
A
penas puede contener la emoción.
Después de 50 años acudiendo a
diario a su puesto de trabajo en el
Real Casino de Murcia, se enfrenta a su
última jornada con un nudo en la garganta
y un sentimiento agridulce. Medio siglo de
recuerdos pesan hoy más que nunca y lo
observa todo como si no fuera a volver.
Corría diciembre de 1963 cuando Antonio
Martínez Díaz entró a trabajar en el Casino
de Murcia, todavía sin la distinción de Real.
Fue el año en el que los Beatles alcanzaron
por primera vez el número uno en las listas
de éxitos, Martin Luther King pronunció el
célebre discurso de “I have a dream” y se
eligió al papa Pablo VI. En España, la dicta-
dura estaba en su apogeo y Murcia era de
sus ciudades más apacibles.
El Casino era el sitio de referencia de esa
ciudad de provincias sin grandes preten-
siones, el lugar donde se reunía el poder
económico y social, lo más granado de esa
sociedad. Con muchas ganas y poca ex-
periencia, Antonio comenzó su trabajo de
botones con apenas 14 años. A pesar de
su corta edad, venía de trabajar en el Café
Drexco, que entonces se encontraba en la
misma esquina del edificio. Su padre, con-
serje del Círculo Mercantil, fue el artífice de
esa contratación por su amistad con uno de
los porteros de la entidad.
“Entonces había un portero y dos o tres
ordenanzas en cada puerta, además de
una señora de la limpieza”, relata. “Estába-
mos para cualquier cosa que necesitaran
los socios. Hacíamos muchos recados y los
horarios eran interminables. Recuerdo que
entré el 10 de diciembre y el primer día que
libré fue por mi cumpleaños, el 18 de enero”.
Mucho trabajo, muchos socios y mucho
juego. Prácticamente cada sala estaba con-
sagrada a la práctica de alguno de ellos:
ajedrez, póker, billar, mus, dominó… “Era
totalmente distinto a lo que vemos ahora.
En la Capilla, donde ahora está el ascensor,
siempre había partida. También en el Con-
gresillo, con su famosa peña, que jugaba al
dominó con el 9 doble. La Sala de Armas
funcionaba como sala de ajedrez. En cual-
quier rincón había mucha actividad. Noso-
tros estábamos para servir café, comprar
tabaco… Lo que necesitaran”.
La relación con los socios era fluida,
asegura, y sobre todo, fructífera. “El primer
mes mi sueldo era de 300 pesetas y en
propinas saqué 700 pesetas más”, recuerda
con una sonrisa.
Pero esa especial relación no sólo le re-
portó beneficios económicos. “De jovenci-
co había socios que me aconsejaban como
unos padres y me decían que estudiara.
Gracias a eso me saqué el graduado, estu-
dié inglés y me aficioné a la música y la pin-
tura. Aquí he aprendido mucho”, asegura.
De las largas jornadas de trabajo y su
observación sacó una gran afición por el
ajedrez. Debió aprender mucho pues in-
cluso llegó a participar en un campeonato.
“Yo jugaba bastante bien y me pidieron que
participara en el equipo que representaba
al Casino de Murcia. Fuimos campeones
de la región”, apunta satisfecho.
Durante estas cinco décadas ha visto
pasar la historia y, como él mismo señala,
a toda la alta sociedad de Murcia por los
salones de la entidad. Sus funciones han
ido cambiado y, con ellas, también las res-
ponsabilidades. Primero fue responsable
de la sala de billar, después de la sala de
juego, más tarde supervisó la planta baja y
los últimos 14 años ha sido jefe de personal.
“Pero la etapa de ordenanza casi era mejor:
más libertad y menos responsabilidad”, bro-
mea. No tiene duda de qué etapa prefiere.
“Durante los 10 años que estuve de encar-
gado de la sala de billar disfruté mucho. Me
pasaba unas tardes allí…”, apunta. “Hubiera
pagado por venir a trabajar aquí”.
Asegura, con la mirada cargada de me-
lancolía, que ha visto pasar medio siglo
en un suspiro. “Estos 50 años se me han
pasado volando. Esto me ha gustado y he
aprendido mucho de los socios. Nunca he
pensado en trabajar en otro sitio.”
ANTONIO MARTÍNEZ DÍAZ, CONSERJE MAYOR DEL REAL CASINO DE MURCIA, SE JUBILA TRAS 50 AÑOS
TRABAJANDO EN LA ENTIDAD
“Hubiera pagado por venir a trabajar aquí”
“Como encargado de la sala
de billar disfruté mucho. Me
pasaba unas tardes allí…”
Por Concha Alcántara.