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C
ultura
Las Cuatro Estaciones,
de Obdulio Miralles
PINTURAS NARRADAS
Por Santiago Delgado
S
iempre quise acometer el tema de las Estaciones del
Año, introduciendo la tierra mía. Ya lo he conseguido.
Ahí está. Yo, Obdulio Miralles, lo he conseguido. La bella
que habla con la golondrina, sobre la balaustrada, tiene
voces del estío. El Valle al fondo, el florón romántico, el parasol
caído sobre el suelo, abierto como el día, haciendo juego con el
ancho cinto de la dama… las nubes informes
que dan libertad a la perspectiva. Las manos,
que sujetan pañuelo y tocado, son las armas
de la batalla de la elegancia estival de la se-
ñorita que, desde su quinta del monte, acaso
manda recado a su enamorado de la pasión
que siente. La golondrina lo habrá de llevar
doquiera que el galán se halle.
Y la moza, con el abanico. Aún festeja el
otoño calores del meridio, y conviene el re-
frigerio del ventalle. Posa la gentil doncella,
plena de popular donaire, con medio perfil,
asomando su cabeza curiosa al pintor, algo
alejado, tanto como un artista fotógrafo de los
de hoy…. La sombra de la Puerta de las Ca-
denas se perfila sobre el suelo, y la calle que
aboca en Santo Domingo comienza en la ter-
tulia de los compadres. Los toldos de la peato-
nal calle amansan la fiera del sol, ya bastante
apaciguada. El Otoño triunfa en la estampa. El sol de medio día ya
surte de sombra al irredento suelo de la ciudad. Mirad la sonrisa
de la chica, segura de sí misma, con su mantón bien cruzado, casi
inclinando el rostro, como saludando… Pero no: nos está hablando
con el abanico. “¡Sígueme!”, le dice al pintor.
La huertanica sonríe al pincel, más atenta al pintor que a cor-
tar la rosa. Con ella y muchas de las otras, habrá de hacer una
guirnalda, acaso para la Fuensantica, a la que habrá de ir a ver al
Santuario. La cándida sonrisa explota en el silencio de una felici-
dad floral, cuya onda me anega en una paz que me alegra el alma.
La Primavera se extasía en la sencillez de la mozuela, y aprende
hermosura. Una hermosura que no es éxtasis, antes, mucho antes,
equilibrio y tibieza de espíritu. Eso es lo que
yo he querido deciros de la Primevera, y lo he
hallado en la chica feliz, que acaso no sabe
que es feliz, que es la mayor felicidad, pues la
consciencia no es sino tristeza de sabernos
ser…
Los altos pinos que con el cielo compiten
trasunto aéreo son de los terrestres pavos
que su ama cuida, andaderos del suelo, ca-
mino, ay, del horno de Navidad. El Invierno
abriga a la pavera, que porta vara de mando
en el Imperio de las Aves de Corral. Malenca-
rada, brazo diestro en jarras, la pavera mues-
tra su hastío de campo a través, en busca de
alimento para las sacrificiales aves. Ella qui-
siera estar en otra parte, luciendo palmito con
sus ropas galanas, junto a las otras mozas
de la aldea. Pero ha de estar con las negras
aves que no vuelan. Algún mozo pasea por su
imaginación, aunque no lo veamos. Más pronto llegará al corral,
y despojándose de delantal y cruzado paño en el pecho, se verá
hermosa y digna de sí misma…
Ahí están “mis” cuatro estaciones, representadas en cuatro da-
miselas. Os confieso que me enamoré de cada una de las cuatro,
mientras las pintaba. Fui un pintor romántico, recordadlo.
Foto: Ana Bernal. ‘Alegorías de las 4 Estaciones’ pintados en 1893 para el Casino de Murcia: La Señorita o la Dama (Primavera), La Obrera (Verano),La Huertana (Otoño) y La
Campesina o Pastora (Invierno).
PERFIL
Obdulio Miralles nació en Totana el
3 de septiembre de 1865 y emigró
a Cuba a la edad de 12 años. Allí
fue dibujante de algunos periódi-
cos. En 1890 regresó a la península
matriculándose en la Escuela Su-
perior de Bellas Artes (Madrid). En
1893 fue becado por la Diputación
de Murcia y sus cuadros comenza-
ron a ser estimados. Sin embargo,
sufrió una gran depresión fruto de
sus grandes aspiraciones y de sus
ansias de perfección. Falleció el 21
de diciembre de 1894 a la edad de
29 años.